En una nauseabunda casa, compuesta por dos habitaciones oscuras, vive una familia proletaria de siete miembros. Entre los cinco hijos, hay uno de tres años. Es ésta la
edad en que la conciencia del niño recibe las primeras impresiones. Entre los más dotados
se encuentran, incluso en la edad adulta, huellas del recuerdo de esa edad. El espacio
demasiado estrecho para tanta gente no ofrece condiciones favorables para la
convivencia. Sólo por este motivo surgirán frecuentes riñas y disputas. Las personas no
viven unas con otras, sino que se comprimen contra otras.
Todas las divergencias, sobre todo las pequeñas, que en las habitaciones espaciosas pueden ser resueltas en voz baja, conducen en estas condiciones a repugnantes e interminables peleas. Para los niños eso es aún soportable, pues en tales circunstancias, si pelean entre ellos, olvidan todo deprisa y completamente. Si, no obstante, la riña se trasplanta a los padres, de forma cotidiana, en un recinto pequeño y groseramente, el resultado se hará sentir entre los hijos.
Quien desconoce tales ambientes difícilmente puede hacerse una idea del efecto de esa lección objetiva, cuando esa discordia recíproca adopta la forma de groseros abusos del padre para con la madre y hasta de malos tratos en los momentos de embriaguez. A los seis años, ya el joven conoce cosas deplorables, ante las cuales incluso un adulto sólo puede sentir horror. Envenenado moralmente, mal alimentado, con la pobre cabeza llena de piojos, ese joven "ciudadano" entra en la escuela.
Apenas aprenderá a leer y escribir. Eso es casi todo. En cuanto a estudiar en casa,
ni hablar de ello. En presencia de los hijos, madre y padre hablan de la escuela de tal
manera que no se puede ni siquiera repetir y están siempre más preparados a soltar
groserías que a poner a los hijos en las rodillas y darles consejos. Lo que las criaturas
oyen en casa no conduce a fortalecer el respeto hacia las personas con las que van a
convivir. Allí nada de bueno parece existir en la Humanidad; todas las instituciones son
combatidas, desde el profesor hasta las magistraturas más elevadas del Estado.
Ya se trate de religión o de moral en sí, del Gobierno o de la sociedad, todo es igualmente ultrajado de la manera más torpe y arrastrado al fango de los más bajos sentimientos. Cuando el muchacho, apenas con catorce años, sale de la escuela, es difícil saber lo que es más fuerte en él: la increíble estupidez de lo que dice respecto a los conocimientos reales, o la imprudencia de sus actitudes, unida a una inmoralidad que, en aquella edad, hace poner
los pelos de punta.
Ese hombre, para quien ya casi nada es digno de respeto, que nada grande
aprendió a conocer, que, por el contrario, sólo sabe de todas las vilezas humanas, tal
criatura, repetimos, ¿qué posición podrá ocupar en la vida, en la que él está marginado?
De niño, con trece años, pasó a los quince años a ser un opositor a cualquier
autoridad.
Suciedad y más suciedad es todo lo que aprendió. Ése no es el camino de
estímulo para las aspiraciones más elevadas. Ahora entra, por vez primera, en la gran escuela de la vida. Entonces comienza la misma existencia que durante los años de la niñez conoció de sus padres. Va de acá para allá, vuelve a casa Dios sabe cuándo, para variar golpea incluso a la sufrida criatura que fue antaño su madre, blasfema contra Dios y el mundo y, en fin, por cualquier motivo concreto, es condenado y conducido a una correccional de menores.
Allí recibirá los últimos retoques.
Y el mundo burgués se admira, sin embargo, de la falta de "entusiasmo nacional"
de este joven "ciudadano". La burguesía ve tranquilamente cómo en el teatro y en el cine, y mediante la literatura obscena y la prensa inmunda, se echa sobre el pueblo día a día el veneno a borbotones. Y sin embargo se sorprenden esas gentes burguesas de la "falta de moral" y de la "indiferencia nacional" de la gran masa del pueblo, como si de esas manifestaciones asquerosas, de esos filmes canallescos y de tantos otros productos semejantes, surgiese para el ciudadano el concepto de la grandeza patria. Todo esto sin considerar la educación ya recibida por el individuo en su primera juventud.
Pude entonces comprender bien la siguiente verdad, en la que nunca antes había pensado:
El problema de la "nacionalización" de un pueblo consiste, en primer término, en crear sanas condiciones sociales como base de la educación individual; porque sólo aquel
que haya aprendido en el hogar y en la escuela a apreciar la grandeza cultural y, ante
todo, la grandeza política de su propia Patria, podrá sentir y sentirá el íntimo orgullo de
ser súbdito de esa Nación. Sólo se puede luchar por aquello que se ama. Y se ama sólo lo
que se respeta, pudiéndose respetar únicamente aquello que se conoce."
Palabras de quien fuese uno de los hombres mas sangrientos que haya conocido la humanidad en los últimos tiempos. Adolf Hitler